domingo, junio 01, 2014

Serendipia de una foto



Era un lago y un castillo
y unas nubes en el fondo,
en la orilla una maceta
con el barro color rojo.

Eran aguas verdes azules
que no estaban en reposo,
por impulso de la brisa
que soplaba en el otoño.

Unas torres puntiagudas
se elevaban con sus ojos,
como antenas vigilantes
de unos dueños silenciosos.

Yo me vi entre las Hadas,
con los elfos y los Gnomos,
en un bosque de los cuentos
con piratas y con loros.

Porque el tiempo y la distancia
se detuvo en una foto,
una imagen simplemente
de otro mundo más hermoso.

Y es allí, donde los sueños,
despertaron terremotos,
en las almas que susurran
de los cuerdos y los locos.

Y el sonido de guitarras
nos llegaron a nosotros,
a este mundo de inocencia,
de cenizas y rescoldos.

Cien mil hojas de nostalgia
se extendieron por el lodo,
con las rosas y los lirios
de jardines muy remotos.

Y en el bosque las alfombras
eran sendas de los lobos,
y las aguas cantarinas
manantiales de los sordos.

Yo sentí que la sonrisa
se fundía con el polvo,
y la sed de los caminos
la saciaban los arroyos.

Pero estaba equivocado
con mis sueños asombrosos,
porque el fruto de los mismos
excedía mis antojos.

"Era un lago y un castillo
en un sueño con un soplo,
una linda fantasía
que se fue sin un sollozo..."


-Rafael Sánchez Ortega-

martes, mayo 27, 2014

Ese gran simulacro.

Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana;
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento,
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros

En mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir, arrabales de duelo;
pero también candores de mosqueta,
pianos que arrancan lágrimas,
cadáveres que miran aún desde sus huertos,
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño,
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro.

El olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda.

En el fondo, el olvido es un gran simulacro;
nadie sabe ni puede, aunque quiera, olvidar.
Un gran simulacro repleto de fantasmas,
esos romeros que peregrinaran por el olvido
como si fuese El Camino de Santiago.

El día o la noche en que el olvido estalle,
salte en pedazos o crepite,
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrará los barrotes de fuego,
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.

-Mario Benedetti-

sábado, mayo 24, 2014

Shadows


!Eres Tú!

Una luz resplandece sobre mi rostro; es aquélla estrella junto a la luna que me ilumina mis mejillas, mis ojos, que me dan el brillo esplendoroso de la felicidad. Una luz que refleja en mi cara todo lo que siento en mi alma y en mi corazón, es el sentimiento del amor que llega a mi vida... una vida llena de sueños, ilusiones y esperanzas que me dan la euforia de seguir viva, de sentirme cada vez mas firme en el horizonte que se ve al final del sendero, en la luz del cada amanecer de cada día.

Eres tú quien llena todas esas expectativas, realidades para seguir creciendo, de saltar cada obstáculo, de ser mas grande, de cultivar mi alma; eres tú el aliento que entra dentro de lo mas profundo de mi ser, eres tú todas mis alegrías y mis tristezas. Eres tú mi espiritualidad, mi vista hacia el camino de la verdad; tú, quien me lleva al gran mundo donde los sueños se hacen realidad, eres mi nuevo despertar, eres tú quien abarca mi nueva era de madurez.

Tú que me inspiras a lo largo de la línea del camino, lo que se pude llamar la felicidad, que tanto me ha costado encontrar, y contigo a mi lado se me ha hecho mas fácil, que cada vez que veo una estrella se que estas tu vigilando mis sueños y cuidándome noche tras noche.

¡Eres tú quien me da el anhelo de seguir viviendo!

Gracias por existir dentro de mi atropellada vida, porque eres de verdad tú quien me hace entender que se debe seguir luchando porque cada día sea un nuevo amanecer.

Para la mitad de mi corazón

Contemplando el atardecer desde lo alto de esta ciudad…le pregunto a la naturaleza donde se encuentra refugiada la mitad de mi corazón.

Que el alma del bosque rompa su silencio y mueva las montañas para traerte a mi lado…
Navegante sobre mis territorios desconocidos.

¿Cuan lejos estás? 
Ven y naufraga en mi puerto 
que yo he de correr en tu auxilio,
y te brindaré abrigo.

Seré luz que te oriente para que jamás vuelvas a perderte.
Tan solo ven o dame una señal de que aún no te rindes en la búsqueda.
Que aún no me has matado sin averiguar sobre mi existencia.

No calles tus dudas… sigue tu búsqueda,
tengo tanta ternura que entregarte,
tengo toda mi vida para contemplarte.

Permíteme sentir con qué fuerza late tu corazón,
mientras descanso en tu regazo.

Te quiero ingenuamente,
extiendo mis brazos al cielo tan solo por tenerte.

Te quiero con libertad,
porque nada de lo que vivo en esta sociedad
me priva de sentir tu compañía ausente.

Tan solo se que te quiero dulcemente.


domingo, marzo 30, 2014

El Arte de Perder

No es difícil dominar el arte de perder;
hay tantas cosas que parecen colmadas por el deseo
de ser perdidas que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la confusión
de las llaves extraviadas, de la hora desperdiciada.
No es difícil dominar el arte de perder.

Practica después perder más, y más rápido:
lugares, y nombres, y las tierras a las que pretendías
viajar. Ninguna de estas pérdidas será devastadora.

He perdido el reloj de mi madre. ¡Y mira!, la última
o la penúltima de las tres casas que he amado se perdió.
No es difícil dominar el arte de perder.

He perdido dos ciudades, hermosas ciudades. Más aún,
vastos reinos que poseía, y dos ríos, y un continente.
Los añoro, pero no fue un desastre.

Incluso perdiéndote a ti (la voz risueña, un gesto que
amo) no habría mentido. Es evidente
que no es difícil dominar el arte de perder
aunque eso parezca (¡escríbelo!) un desastre.

Elizabeth Bishop

martes, marzo 18, 2014

Monstruos I

Nuestros monstruos corren un grave peligro de desaparecer porque la gente ya no los conoce, ni sabe cómo se llaman, ni qué forma tienen, ni dónde viven, ni cuáles son sus costumbres, ni cómo se convive con ellos. Aunque los miedos que los hicieron nacer siguen ahí, acechando y llenándonos de emociones que ya no sabemos nombrar, ni por qué se han producido, ni cómo vivir con ellas.

Nos quitan los monstruos de los cuentos y nos dejan solos con nuestros miedos, que ni siquiera podemos reconocer porque casi se nos está obligando a ser felices o a que, por lo menos, no se note que a ratos no lo somos. Tenemos la obligación de callar nuestros miedos, de no hablar de nuestros monstruos, porque hablar de ellos no resulta bonito, no queda bien, no es correcto, porque parece que si los callamos, si no les damos nombre ni forma, de algún modo dejarán de existir y podremos librarnos de ellos. 




Pero la ocultación no funciona. Los monstruos se las apañan para mostrarse por los resquicios más ínfimos, aquellos que ni siquiera sabemos que tenemos... De hecho, la palabra 'monstruo' viene del latín monstruum y significa: 'que excede a lo natural, prodigio, maravilla, raro, singular'; a su vez monstruum procede del verbo monstro, que significa 'mostrar, enseñar, advertir, aconsejar'. Monstruo es, pues, lo que se muestra y nos muestra lo que no queremos ver de nosotros, quizá por ello no queremos que aparezcan, no vaya a ser que nos delaten, no vaya a ser que todo el mundo vea que no somos perfectos, que en algún rincón oscuro de dentro de nosotros hay un ser que se deja dominar por la ira, que devora todo lo que se interpone en su camino, que algunas noches se vuelve una bestia, que se comporta de forma caprichosa, que seduce sin reparar en las consecuencias, un ser indómito que se escapa al control, a la norma, un ser prodigioso, maravilloso, raro, singular. 

Además, estos monstruos que están desapareciendo son los monstruos de nuestra tradición oral, los monstruos que habitaron nuestras cuevas, que cantaban junto a una fuente o a la orilla del río, que se bañaron en nuestros mares, que surcaron nuestros cielos, que se ocultaban en nuestros desvanes o hacían diabluras en nuestras cocinas. Desaparecen nuestros monstruos. Desaparecen sustituidos por los monstruos 
fabricados por multinacionales del ocio y del consumo, monstruos de pacotilla que ya nada tienen que ver con nosotros ni con nuestra forma de imaginar, de dar imagen y nombre a lo que necesitamos entender para poder hablar de ello, para poder relatarlo, para poder vivir con ello. 

'Los monstruos no existen', se cansan de decirnos y de repetirnos. ¿Tampoco existe ese miedo a que te devoren, a que no te dejen ser, encarnado en la Zarrampla o en tantos y tantos ogros dispersos por el mundo? ¿Y el miedo a que te aplasten esos seres gigantescos, tan grandes que lo ocupan todo? ¿Y el miedo a las tormentas que sobre todo tiene la gente del campo, porque destruye las cosechas que son su alimento? ¿Y el miedo a que te dejen sin fuerzas ni ganas de vivir, a que se aprovechen de tu vitalidad, de tu sangre? ¿Y el miedo al extranjero, al que no pertenece a la comunidad y por tanto puede ser un peligro, a los que nos pueden quitar el trabajo o llevarse a los niños, a esos hombres del saco que deambulan por nuestras calles llevando todas sus pertenencias en sacos, en una mochila o en una maleta, y que, como no tienen nada que perder, inspiran temor a que nos quiten lo nuestro? 

Que no nos digan que no debemos tener miedo, que son tonterías, porque a veces sí lo tenemos, y cuando 
sentimos miedo la única forma de que no nos aplaste, de que no nos consuma, es reconocerlo, nombrarlo, saber cómo es y cómo se comporta, qué le dio origen en nuestra vida. Sólo así se reducen sus dimensiones, se achica para que pueda caber y convivir en nosotros. Sólo conociéndolo bien podemos hacer algo para que se vaya o para que, si no somos capaces de que se vaya, si se queda, no moleste. Que no nos digan que no existe porque nosotros, todos, lo sentimos. El miedo más terrorífico es el miedo al miedo, a eso que no podemos nombrar, y lo que hace más daño es la culpa y la vergüenza de estar sintiendo algo que no deberíamos sentir...

(continuará...)