jueves, febrero 25, 2010

Serendipia de un momento...

Jueves, 25 de Febrero del 2010; 7:14 am. Hora de México…

Una suave brisa agita las palmeras frente al palacio de justicia en la avenida Eduardo Rivero, la campana de la catedral llamaba a misa, el primer tranvía producía un chirrido metálico al salir de la cochera y una procesión de diminutos huérfanos con guardapelos negros cruza una plaza adoquinada cuando amanece en la ciudad de oro en Manaus…

Mientras tanto en Wyoming, el abuelo de Elena atravesaba el río remando su bote; conducía aguas arriba rasgando proféticamente el río profundo y verde. Sobre Elena se extendía el cielo estival de Wyoming casi amarillo, casi azul…

En un lugar de Cambridge, Harriet Jane Morton se inclinaba sobre el pretil de piedra del puente, su rostro mostraba una expresión pensativa, y sus pies adoptaban la quinta posición…

Muy cerca de ahí, el anciano doctor Ferguson, avanzaba tambaleándose por el puente bordeado de sauces abstraído en la búsqueda de un errático verbo indoeuropeo…

En otro lado, la señora Belper dobla en la esquina de un seto tras una pequeña desorientación y se detiene petrificada al ver a sus dos jóvenes amos en el momento en que se volvieron el uno hacia el otro para darse un beso que la señora consideró de lo más extraordinario; durante un segundo recuerda los compases iniciales de una sonata de Mozart que su madre solía tocar, y piensa que aquéllos dos jóvenes son ángeles…

Mientras tanto, lejos de ahí un bebé estornuda en el momento justo que inhala su primer aliento fuera del vientre de su madre tras un laborioso parto; una vieja regordeta descubre en uno de los cajones de su viejo armario la última carta que le dedicaría su difunto esposo antes de partir una mañana a su trabajo; un alegre jovenzuelo logra realizar un complicado truco con su yoyo después de haber pasado semanas intentándolo; un estudiante esconde de su madre su boleta de calificaciones tras haber considerado sus notas lo suficientemente malas como para haberse ganado una buena reprimenda…

Al mismo tiempo, Starpnieks camina por una solitaria vereda agotada, un poco triste, desanimada y fastidiada por no haber conseguido conciliar el sueño durante tres noches, levanta su mirada al cielo y descubre en él una razón que hace que su sonrisa marque el final de su ausencia apareciendo en su rostro nuevamente; rápidamente saca una cámara fotográfica de su mochila y logra capturar con ella la siguiente imagen mientras recuerda que todo tiene una razón de ser, y que no tiene caso lamentarse por boberías cuando alrededor existe un universo maravilloso y miles de preciosos momentos que no deberían perderse en el tiempo…

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